Acerca de este espectáculo
Hablar de zarzuela en pleno siglo veintiuno es casi como hacerlo de la televisión en blanco y negro o del exprimidor de zumo manual: la propia palabra causa espanto y nos hace recordar la lección magistral de aquel profesor de lengua y literatura del colegio. Nos referimos a un género músico-teatral que para la sociedad del ‘fast-food cultural’ puede resultar decrépito y anticuado. Lo que quizás nadie imaginaba en el Teatro Auditorio de Cuenca es que una obra de hace más de 80 años pudiese competir en la misma liga que los espectáculos alienantes de hoy día, manteniéndose totalmente alejada de lo ‘decadente’ y lo ‘arcaico’.
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La escenificación, que varía desde el patio de una vieja casa hasta las puertas de un famoso hotel de Nueva York, te hace sumergirte en ese mundo fantasioso que siempre gira en torno al teatro, acompañado de la música –una actualización de las partituras originales de Jacinto Guerrero-, que genera un ritmo divertido, con alteraciones a modo de puntos suspensivos o exclamaciones. Lo que uno podía esperar de la reinterpretación de una zarzuela, cambia completamente. Ahora el público, enérgico, termina entonando la canción que da cierre y acaba por limpiar definitivamente lo que en un principio podía considerarse un ‘clásico cubierto de polvo’.
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