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Espejo de nuestras obsesiones

Imagen: «Cuchara», por Chema Madoz

Suena el despertador y una vorágine de infografías, ilustraciones y fotografías traspasa nuestros aparatos electrónicos con violencia. Ordenadores, smartphones y tablets -quintaesencia de nuestro día a día a la par que extensión de nuestros sentidos- inmediatamente nos remiten desde la Red un flujo constante de información audiovisual sin tamizar, que no siempre atraviesa la criba que define lo que es periodismo y lo que no, lo que es ‘real’ y lo que es ‘ficción’. “¿Es la fotografía un fiel reflejo de la realidad?” cuestionan algunos de vez en cuando. ¿Y qué es ‘real’? ¿Lo es ese paisaje saturado que muestran las revistas de decoración? ¿Lo es ese cielo increíblemente estrellado que aparece en las fotografías de la NASA? ¿Y qué hay de esa colección de imágenes en redes como Facebook, que parecen representar una vida de placeres y diversión que no es? El número de preguntas es ilimitado, pero el objeto a estudiar puede ser bien distinto dependiendo de los factores a los que atendamos.

La fotografía, resultado de la reacción química de un soporte fotosensible y la incidencia de luz sobre éste, nació en el siglo XIX y vino para quedarse. Además de causar una revolución en lo que a prensa y periodismo se refiere, su potencial gráfico propiciaría que a su corta edad se establecieran ya unas bases y teorías sobre su sentido. Propio del ser humano, obsesionado con la catalogación, pronto surgirían una serie de normas que regularían el significado de este nuevo sistema para captar imágenes. La capacidad de reflejar el mundo real a través de un soporte físico se vería truncada bajo siniestros fines relacionados con el poder una vez descubiertas sus posibilidades retóricas y connotativas, más eficaces que la propia manipulación técnica de la que tanto se habla hoy en día. Entonces, ¿cuál es el problema que tanto irrita a los más puristas del gremio fotográfico?

Imagen manipulada en laboratorio, Unión Soviética | Fuente: Gustavo Wurzel, en WPConsultants.com.ar

Si bien es cierto que la manipulación deliberada de una imagen fotográfica permite alterar su significado y esencia con fines concretos –como muestran, por ejemplo, las fotografías trucadas de la URSS-, la escenificación o la simple forma de componer puede ser aún más eficaz. Ya lo hizo Fenton en la Guerra de Crimea, trayendo a Gran Bretaña –tal como el gobierno le pedía- una muestra fotográfica de una ‘guerra sin dolor’ y sin muertos, y todavía seguimos dándole vueltas a la eliminación o adición de elementos externos en las imágenes. El sonado caso del fotoperiodista –para unos, pero ya no para otros- Steve McCurry pone otra vez el eterno dilema sobre la mesa, cuestionándose si la eliminación parcial de objetos o personajes –que no alteran en absoluto el sentido de la imagen- está justificada o no.

Fotografía: Steve McCurry | Fuente: Ulisescastellanos.com.mx

Parece, de nuevo, que se vuelven a pasar por alto las capacidades retóricas de la fotografía sin atender a factores como el color, la angulación o la propia connotación implícita. Obcecados en la ‘etiqueta’ que defina el concepto, dejamos de lado los aspectos más relevantes y únicos que la cámara fotográfica nos brinda, intentando responder a la pregunta de si la realidad puede reflejarse o no. Ya lo adelantaba el semiólogo francés Roland Barthes en La Cámara Lúcida (1980), definiendo la fotografía como “una nueva forma de alucinación, falsa a nivel de la percepción, pero verdadera a nivel del tiempo […] que separa la atención de la percepción y sólo muestra la primera, aunque es imposible sin la segunda”. De nuevo, cabría modificar el objeto de estudio y comenzar a pensar en otra dirección. ¿Qué es real, si el pasado ya no es y el futuro está por llegar, y cuando pensamos en presente el presente ya ha expirado?

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